miércoles, 4 de agosto de 2021

Charles Baudelaire

 


Al lector

La estupidez, el error, el pecado, la angurria,
ocupan nuestras almas, trabajan nuestros cuerpos,
y alimentamos nuestros blandos remordimientos,
como los pordioseros nutren a sus gusanos.

Nuestros pecados, tercos; nuestro arrepentir, débil;
con creces nos hacemos pagar las confesiones,
y volvemos alegres al camino fangoso,
creyendo nuestras manchas lavar con viles lloros.

En la almohada del mal es Satán Trimegisto
quien largamente acuna nuestro encantado espíritu,
y el precioso metal de nuestra voluntad
íntegro lo evapora este sabio alquimista.

¡Es el diablo quien tiene los hilos que nos mueven!
Atractivo encontramos en cosas repugnantes;
cada día al infierno descendemos un paso,
sin horror, a través de tinieblas que apestan.

Cual pobre depravado que besa y que devora
el seno flagelado de una antigua ramera,
robamos al pasar un placer clandestino
que muy fuerte exprimimos como naranja vieja.

Apretado, hormigueante, como un millón de helmintos,
un pueblo de demonios se harta en nuestros cerebros,
y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
baja, invisible río, con apagadas quejas.

Si el estupro, el veneno, el puñal, el incendio,
no bordaron aún con graciosos dibujos
el banal cañamazo de nuestro ruin destino,
¡ay! es que nuestra alma no es bastante atrevida.

Pero entre los chacales, las panteras, las perras,
los buitres, las serpientes los monos y escorpiones,
los monstruos gruñidores, aullantes, trepadores,
en el infame circo de nuestros propios vicios,

hay uno que es más feo, más malo, más inmundo!
aunque no gesticulo y no profiera gritos,
haría con placer de la tierra una ruina
y en medio de un bostezo se tragaría al mundo;

¡Es el TEDIO! -los ojos cargados de un llanto involuntario,
él sueña con patíbulos mentiras fuma su pipa.
Tu conoces, lector, al monstruo delicado,
-hipócrita lector, -mi prójimo, -mi hermano!



Leer más: https://encontrandolaclase.webnode.com.uy/fotogaleria/charles-baudelaire/

Al lector

La estupidez, el error, el pecado, la angurria,
ocupan nuestras almas, trabajan nuestros cuerpos,
y alimentamos nuestros blandos remordimientos,
como los pordioseros nutren a sus gusanos.

Nuestros pecados, tercos; nuestro arrepentir, débil;
con creces nos hacemos pagar las confesiones,
y volvemos alegres al camino fangoso,
creyendo nuestras manchas lavar con viles lloros.

En la almohada del mal es Satán Trimegisto
quien largamente acuna nuestro encantado espíritu,
y el precioso metal de nuestra voluntad
íntegro lo evapora este sabio alquimista.

¡Es el diablo quien tiene los hilos que nos mueven!
Atractivo encontramos en cosas repugnantes;
cada día al infierno descendemos un paso,
sin horror, a través de tinieblas que apestan.

Cual pobre depravado que besa y que devora
el seno flagelado de una antigua ramera,
robamos al pasar un placer clandestino
que muy fuerte exprimimos como naranja vieja.

Apretado, hormigueante, como un millón de helmintos,
un pueblo de demonios se harta en nuestros cerebros,
y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
baja, invisible río, con apagadas quejas.

Si el estupro, el veneno, el puñal, el incendio,
no bordaron aún con graciosos dibujos
el banal cañamazo de nuestro ruin destino,
¡ay! es que nuestra alma no es bastante atrevida.

Pero entre los chacales, las panteras, las perras,
los buitres, las serpientes los monos y escorpiones,
los monstruos gruñidores, aullantes, trepadores,
en el infame circo de nuestros propios vicios,

hay uno que es más feo, más malo, más inmundo!
aunque no gesticulo y no profiera gritos,
haría con placer de la tierra una ruina
y en medio de un bostezo se tragaría al mundo;

¡Es el TEDIO! -los ojos cargados de un llanto involuntario,
él sueña con patíbulos mentiras fuma su pipa.
Tu conoces, lector, al monstruo delicado,
-hipócrita lector, -mi prójimo, -mi hermano!



Leer más: https://encontrandolaclase.webnode.com.uy/fotogaleria/charles-baudelaire/

Al lector

La estupidez, el error, el pecado, la angurria,
ocupan nuestras almas, trabajan nuestros cuerpos,
y alimentamos nuestros blandos remordimientos,
como los pordioseros nutren a sus gusanos.

Nuestros pecados, tercos; nuestro arrepentir, débil;
con creces nos hacemos pagar las confesiones,
y volvemos alegres al camino fangoso,
creyendo nuestras manchas lavar con viles lloros.

En la almohada del mal es Satán Trimegisto
quien largamente acuna nuestro encantado espíritu,
y el precioso metal de nuestra voluntad
íntegro lo evapora este sabio alquimista.

¡Es el diablo quien tiene los hilos que nos mueven!
Atractivo encontramos en cosas repugnantes;
cada día al infierno descendemos un paso,
sin horror, a través de tinieblas que apestan.

Cual pobre depravado que besa y que devora
el seno flagelado de una antigua ramera,
robamos al pasar un placer clandestino
que muy fuerte exprimimos como naranja vieja.

Apretado, hormigueante, como un millón de helmintos,
un pueblo de demonios se harta en nuestros cerebros,
y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
baja, invisible río, con apagadas quejas.

Si el estupro, el veneno, el puñal, el incendio,
no bordaron aún con graciosos dibujos
el banal cañamazo de nuestro ruin destino,
¡ay! es que nuestra alma no es bastante atrevida.

Pero entre los chacales, las panteras, las perras,
los buitres, las serpientes los monos y escorpiones,
los monstruos gruñidores, aullantes, trepadores,
en el infame circo de nuestros propios vicios,

hay uno que es más feo, más malo, más inmundo!
aunque no gesticulo y no profiera gritos,
haría con placer de la tierra una ruina
y en medio de un bostezo se tragaría al mundo;

¡Es el TEDIO! -los ojos cargados de un llanto involuntario,
él sueña con patíbulos mentiras fuma su pipa.
Tu conoces, lector, al monstruo delicado,
-hipócrita lector, -mi prójimo, -mi hermano!



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 Al lector


La estupidez, el error, el pecado, la angurria,
ocupan nuestras almas, trabajan nuestros cuerpos,
y alimentamos nuestros blandos remordimientos,
como los pordioseros nutren a sus gusanos.

Nuestros pecados, tercos; nuestro arrepentir, débil;
con creces nos hacemos pagar las confesiones,
y volvemos alegres al camino fangoso,
creyendo nuestras manchas lavar con viles lloros.

En la almohada del mal es Satán Trimegisto
quien largamente acuna nuestro encantado espíritu,
y el precioso metal de nuestra voluntad
íntegro lo evapora este sabio alquimista.

¡Es el diablo quien tiene los hilos que nos mueven!
Atractivo encontramos en cosas repugnantes;
cada día al infierno descendemos un paso,
sin horror, a través de tinieblas que apestan.

Cual pobre depravado que besa y que devora
el seno flagelado de una antigua ramera,
robamos al pasar un placer clandestino
que muy fuerte exprimimos como naranja vieja.

Apretado, hormigueante, como un millón de helmintos,
un pueblo de demonios se harta en nuestros cerebros,
y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
baja, invisible río, con apagadas quejas.

Si el estupro, el veneno, el puñal, el incendio,
no bordaron aún con graciosos dibujos
el banal cañamazo de nuestro ruin destino,
¡ay! es que nuestra alma no es bastante atrevida.

Pero entre los chacales, las panteras, las perras,
los buitres, las serpientes los monos y escorpiones,
los monstruos gruñidores, aullantes, trepadores,
en el infame circo de nuestros propios vicios,

hay uno que es más feo, más malo, más inmundo!
aunque no gesticule y no profiera gritos,
haría con placer de la tierra una ruina
y en medio de un bostezo se tragaría al mundo;

¡Es el TEDIO! -los ojos cargados de un llanto involuntario,
él sueña con patíbulos, mientras fuma su pipa.
Tu conoces, lector, al monstruo delicado,
-hipócrita lector, -mi prójimo, -mi hermano!



 



 



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