Para un comentario analítico de
“El asesino” de Ray Bradbury
por Gabriel Quintana ©
Este relato perteneciente a la colección
de cuentos de 1953, “Las doradas manzanas del sol” (1), funciona como un buen
ejemplo de las inquietudes filosófico-sociales de Ray Bradbury. Podemos
caracterizarlo como un texto de Ciencia Ficción donde lo especulativo de la
temática es central. Para afirmar esto último, no debemos olvidar la fecha de publicación (mediados del s.
XX) y así observar el aspecto
prospectivo que explora la historia. La misma se desarrolla en una ‘sociedad
del futuro’ (por lo menos con respecto al año 1953) donde lo tecnológico está
hiperdesarollado a punto tal de invadir y transformar lo social. Es,
evidentemente, un texto de tesis crítica en su fondo y que pretende generar la
reflexión en torno a los usos, y abusos, de la tecnología.
A la manera de resumen del argumento, nos encontramos con
dos personajes, sencillos en cuanto a su construcción psicológica, Albert
Brock, ‘el asesino’, y un psiquiatra, quien se entrevista con aquel en el
contexto de una cárcel psiquiátrica. Desde el título del cuento podemos
observar la ironía que se desliza en el relato. Este ‘asesino’ es el mote que
se adjudica el propio Brock por sus
delitos. Un título, entonces, que podríamos clasificar como “epónimo”, ya que
representa al personaje central, al protagonista, pero, a medida que avancemos
en el análisis del texto, podríamos considerarlo, a su vez, como “simbólico”,
por su significación irónica. Queda claro que todo tipo de clasificación, como
la de la tipología de los títulos, aunque ilustrativa y didáctica, es escasa en
su definición para caracterizar un fenómeno artístico como es el de este caso.
Señalábamos la ironía del título, la misma se evidencia
al percatarnos que este asesino(2) no le quitó la vida a ningún ser humano,
sino que había atentado contra artefactos tecnológicos, electrodomésticos,
etcétera, en fin, cosas sin vida, máquinas. Esta es la lógica del relato. Al
parecer, este ‘paciente psiquiátrico’ carece del bien de la razón o la
cordura y es así diagnosticado por “atentar” contra las
máquinas. Se apreciará claramente que lo que parece poco razonable es el lugar
que ocupan los seres humanos y los artefactos en esa sociedad imaginaria.
La introducción del relato es más que significativa, al
respecto: “La música se movía con él por los blancos pasillos (…)” que se
continúa con una enumeración de ‘piezas’ musicales de distinto género y época
que generan una sensación de saturación y agobio. La música está animada, “se
mueve” como si tuviera vida. En esa introducción ‘nos movemos’ con el
psiquiatra, apreciando en la caminata el ambiente de trabajo de este personaje
y de los seres humanos que lo habitan, “pasó ante los ojos de la muchacha como
una mano; ella no lo vio”. Desde la voz narrativa se percibe la fragmentación
de lo humano. Las personas no tienen relación entre sí, no tiene contacto, no
se comunican. Él “pasó” ante “los ojos” (y no ante la secretaria) como una mano
(como un fragmento de su humanidad) pero lo peor es que “ella no lo vio”.
Inmediatamente “la radio pulsera zumbó”, animalización del artefacto. Ahora la
irrupción del estilo directo, aquel que representa la voz de los personajes,
nos muestra un diálogo entre el psiquiatra y su hijo que se cierra con la
personificación de la radio pulsera (“dijo la radio pulsera”, acota el
narrador). Es la radio la que “dijo”, “no te olvides, papá”. Las relaciones
humanas se cosifican. Este breve diálogo que se da mediante
las pulseras intercomunicadoras a la mitad de esta introducción en movimiento,
resalta la característica del contexto donde se desarrolla esta historia. “Romeo y Julieta de Tchaikovsky cayó en enjambres sobre la voz y se alejó
(…)”. El profesional camina como si lo hiciera por “una colmena de oficinas”.
La música funcional se personifica y toma actitudes propiamente humanas,
“rechazan”, “golpean”, etc. Este
tratamiento de las cosas o de lo no humano llega a un punto de desarrollo tal
que es la lapicera la que “cantaba” y no quien la empuña.
A todo
esto, “la voz del cielo raso” anuncia la presencia de nuestro personaje
protagónico: el prisionero, nuestro asesino. He aquí el centro del relato, la
entrevista. Estos personajes se presentarán funcionalmente como antagónicos. Es
ahora Brock quien nos narrará su historia, el porqué de su reclusión. El
psiquiatra hará esporádicas intervenciones y hasta una sugerencia. La
enumeración de los “crímenes” contra las cosas en la voz de Brock irá en una
gradación ascendente: desde el teléfono hasta la sagrada televisión hogareña.
Si uno atiende al resumen del cuento, parece que uno debería compartir la
opinión del psiquiatra, quien considera como “desorientado” a su paciente,
pero, en el relato de Brock se desliza su argumento, la justificación de sus actos. Este personaje se
ensaña con las cosas como expresión de rebeldía que, incluso, llega a
considerarlo como el comienzo de una revolución.
¿Qué
es lo que quiere “romper” Brock? ¿Contra qué se enfrenta? Al parecer contra las
máquinas que han avasallado la intimidad de los seres humanos, las mismas que
han modificado para peor a las relaciones sociales. Máquinas de ruido, de
interferencia en realidad, las mismas que amplifican música en cualquier lugar,
a cualquier hora y que, mediante la saturación y la imposición de temas nunca
selectos por los escuchas sino que impuestos desde otro lugar, asfixian,
“sepultan” a sus oyentes, lo que hace que se compare su ausencia con la
libertad en un juego de oposiciones entre el ruido y el silencio. La ausencia
de sonido es para Brock simplemente hermoso. La música no es aquí una
expresión artística plenamente humana, gratificante y conmovedora, sino que es parte de la opresión
general. La connotación habitual de estos
elementos se pone en oposición, se pone a distancia y se resignifican. Es claro
el juego al observar las hiperbólicas descripciones de “la vida moderna” que el
mismo personaje describe.
Esa
sería una primera lectura del texto. Pero Bradbury, como ha sugerido parte de
la crítica, deja poco lugar a la plurisignificación y se encarga de dejar las
cosas bien en claro. Es el mismo Brock quien se desliga de esa primera
interpretación de sus actos, no ataca a las máquinas con el ánimo romántico del
regreso a lo natural y a lo sencillo sino que hasta considera que las hay muy
útiles, como el sumidero mecánico de la
cocina. La cuestión no es la tecnología en sí, sino su uso. En su relato se expresa la justificación de
tanta interferencia en términos del hombre moderno, lo conveniente, el estar en
contacto, o el desarrollo de las comunicaciones. La visión es negativa desde la
focalización del narrador en el personaje de Brock, personaje que no deja de
echarnos un guiño al propio autor (su expresión es poética y ante la
apreciación de esto por parte de su interlocutor contesta con un “gracias,
siempre quise ser escritor”), que analiza las relaciones sociales influidas por
la tecnología. El tema es que no son sólo influidas por lo tecnológico sino que
manipuladas.
La
sociedad descrita no es una sociedad comunicada sino una sociedad controlada.
Lo dice el personaje literalmente: “¿Por qué no iniciar una revolución
solitaria, liberando al hombre de ciertas ‘conveniencias’?” Se desarrolla la
ironía del personaje que ataca las concepciones positivistas del desarrollo de
una humanidad signada por la era de las máquinas y del confort. Se subrayan
todos los términos de la discusión y se especifican en su real significado, en
su significado escondido. Lo “conveniente” no lo es para los usuarios, el
“contacto” es “estrujamiento”, violencia, “aporreo”, etc.
Se da
el juego dialéctico entre el paciente-recluso y el psiquiatra, por un lado el ‘vanguardista
revolucionario’, por otro, el
funcionario, que actúa como un partenaier,
guiando el desarrollo del relato y que ante la descripción de los eventos
interpone su posición: “¿por qué no
tomar una medida más racional dentro los límites de lo democrático?" Aquí el
texto toca otro de los leitmotiv
bradburyanos : la democracia. Es Brock
parte de una minoría. El sistema democrático se construye tomando en cuenta a
las minorías, aplastar el pensamiento de las mismas no parece ser muy
democrático, justamente. En ese sentido, la democracia puede ser un régimen que
esconda totalitarismo si se deja en malas manos, si se delega en su totalidad.
Tal vez, de forma metafórica, la violencia se impone sobre las minorías. ¿Cuál
sería la alternativa para Bradbury? No queda claro, en este punto no se dice
más nada pero, aparece como evidente, que lo que falta de reflexión y de crítica es lo que llevó a esta sociedad
imaginaria a ese punto de fragmentación y deshumanización. Al parecer no existe
posibilidad de alternativa en la sugerencia del psiquiatra en un momento de su
diálogo ante lo que resume Brock:
“(…) Todos amaban las radios y los anuncios. Yo estaba fuera de lugar
-Entonces
tenía que haberse conducido como un buen soldado, ¿no le
parece? La mayoría manda.”
Para
Brock, el entorno, y su vida en sí, se tornó insoportable. Incluso afirma que
“asesinar” a la casa robótica es “semánticamente correcto”, evidenciando la
adjudicación de vida a las cosas desde su visión particular, la misma coincide
con la del narrador. Es apreciable gracias a la adjetivación y el uso de
imágenes que el punto de focalización del relato se da desde la perspectiva del personaje de Brock.
Termina
la entrevista, ingresamos al desenlace del relato. Ahora el foco se posa sobre el psiquiatra que retoma el
movimiento atravesando oficinas y corredores. La descripción es como un déjà vu del
comienzo. Se repite la enumeración, la saturación sonora, el clima asfixiante.
La única diferencia destacable con respecto al planteo de la historia se da en
la descripción de la pulsera radiocomunicadora destrozada por el paciente y que,
ahora, el funcionario observa “como una mantis religiosa muerta”. Si quedaban
dudas, el narrador explicita, mediante esta comparación, su punto de vista: los
artefactos son mucho más que personificaciones, tratamiento estilístico que
genera un evidente contraste con la situación de los personajes humanos en la
narración, aquí se va un paso más allá aún, no sólo parecen poseer vida (la que no tienen realmente los humanos-
cosificados, fragmentados, alienados- del relato) sino que para ellos son símbolos que ocupan
el lugar de lo religioso; son mucho más que “facilitadores” o “convenientes
artefactos”. Y desde la focalización del narrador se opone lo racional a lo religioso en esta
imagen, la pérdida de un artefacto. La razón no puede cuestionar a la fe, no en
su esfera ya que pertenecen a campos de conocimiento totalmente diferentes.
Aquí, la sociedad de “El Asesino” no tiene la capacidad de criticar, ni la de
transformar un universo político alienante y enajénante, porque la razón de este
sistema es como un dogma religioso.
Última
irrupción del estilo directo y es esa voz que pide resultados, “diagnósticos”.
Aquel psiquiatra, “iluminado por aquella sonrisa”, de su paciente no guarda
nada de aquella luz que lo haga reflexionar acerca de los dichos de Brock, más
allá del caso clínico puntual que representa. Su diagnóstico muestra que no ha
aprendido nada del relato de su
paciente, mas parece no haberlo escuchado en sí. Ahora, se coloca un duplicado
de su radio pulsera y se interna en su monótona y repetitiva tarde. Las “voces
del cielo” siguen ‘hablando’, él, “mueve las manos” en el transcurrir de esa
tarde de encierro y de “aire acondicionado”.
El
final casi hipnótico –efecto generado en la última oración del
texto mediante la reiteración- enlaza, en ese desleírse final de “teléfono,
radio pulsera, intercomunicador, teléfono (…)”, con el comienzo del relato, dando
la impresión de un final cíclico. No hay un final abierto como tal; no hay
apertura posible a diferentes interpretaciones de este desenlace, si se quiere,
y con respecto a la historia, pesimista. Lo circular nos remite al encierro, al
control y a la alienación que ilustra el relato. Nada ha cambiado en el
universo imaginario proyectado en este cuento.
El
relato funciona como una voz de alarma, como un llamado de atención -como buena
parte de la literatura de C.F., y de Bradbury, en particular- al lector quien,
a medida que transcurren los años, se puede identificar de forma cada vez más
realista con lo narrado, con la posibilidad terrible de una sociedad similar a
la de “El Asesino”. La pregunta abierta, pasado ya más de medio siglo de la
publicación del texto, al respecto de la reflexión promovida desde la ficción, podría ser esta: ¿No será demasiado
tarde? ©
Notas:
(Todas
las citas en castellano del texto fueron extraídas de la edición de Las
doradas
manzanas del sol, ed. Minotauro,
2002.)
(1) “The golden apples of de sun”, verso final de The Son of Wandering Aengus
poema de
W.B. Yeats.
(2)
Según la RAE, asesinar: Matar a alguien con premeditación, alevosía, etc.