viernes, 6 de julio de 2012

Sobre "El asesino" de Ray Bradbury


Para un comentario analítico de “El asesino” de Ray Bradbury
por  Gabriel Quintana © 

      Este relato perteneciente a la colección de cuentos de 1953, “Las doradas manzanas del sol” (1), funciona como un buen ejemplo de las inquietudes filosófico-sociales de Ray Bradbury. Podemos caracterizarlo como un texto de Ciencia Ficción donde lo especulativo de la temática es central. Para afirmar esto último, no debemos olvidar la  fecha de publicación (mediados del s. XX)  y así observar el aspecto prospectivo que explora la historia. La misma se desarrolla en una ‘sociedad del futuro’ (por lo menos con respecto al año 1953) donde lo tecnológico está hiperdesarollado a punto tal de invadir y transformar lo social. Es, evidentemente, un texto de tesis crítica en su fondo y que pretende generar la reflexión en torno a los usos, y abusos, de la tecnología.
            A la manera de resumen del argumento, nos encontramos con dos personajes, sencillos en cuanto a su construcción psicológica, Albert Brock, ‘el asesino’, y un psiquiatra, quien se entrevista con aquel en el contexto de una cárcel psiquiátrica. Desde el título del cuento podemos observar la ironía que se desliza en el relato. Este ‘asesino’ es el mote que se adjudica el propio  Brock por sus delitos. Un título, entonces, que podríamos clasificar como “epónimo”, ya que representa al personaje central, al protagonista, pero, a medida que avancemos en el análisis del texto, podríamos considerarlo, a su vez, como “simbólico”, por su significación irónica. Queda claro que todo tipo de clasificación, como la de la tipología de los títulos, aunque ilustrativa y didáctica, es escasa en su definición para caracterizar un fenómeno artístico como es el de este caso.
            Señalábamos la ironía del título, la misma se evidencia al percatarnos que este asesino(2) no le quitó la vida a ningún ser humano, sino que había atentado contra artefactos tecnológicos, electrodomésticos, etcétera, en fin, cosas sin vida, máquinas. Esta es la lógica del relato. Al parecer, este ‘paciente psiquiátrico’ carece del bien de la razón o la cordura  y es así  diagnosticado por “atentar” contra las máquinas. Se apreciará claramente que lo que parece poco razonable es el lugar que ocupan los seres humanos y los artefactos en esa sociedad imaginaria. 
            La introducción del relato es más que significativa, al respecto: “La música se movía con él por los blancos pasillos (…)” que se continúa con una enumeración de ‘piezas’ musicales de distinto género y época que generan una sensación de saturación y agobio. La música está animada, “se mueve” como si tuviera vida. En esa introducción ‘nos movemos’ con el psiquiatra, apreciando en la caminata el ambiente de trabajo de este personaje y de los seres humanos que lo habitan, “pasó ante los ojos de la muchacha como una mano; ella no lo vio”. Desde la voz narrativa se percibe la fragmentación de lo humano. Las personas no tienen relación entre sí, no tiene contacto, no se comunican. Él “pasó” ante “los ojos” (y no ante la secretaria) como una mano (como un fragmento de su humanidad) pero lo peor es que “ella no lo vio”. Inmediatamente “la radio pulsera zumbó”, animalización del artefacto. Ahora la irrupción del estilo directo, aquel que representa la voz de los personajes, nos muestra un diálogo entre el psiquiatra y su hijo que se cierra con la personificación de la radio pulsera (“dijo la radio pulsera”, acota el narrador). Es la radio la que “dijo”, “no te olvides, papá”. Las relaciones humanas se cosifican.  Este breve diálogo que se da mediante las pulseras intercomunicadoras a la mitad de esta introducción en movimiento, resalta la característica del contexto donde se desarrolla esta historia. “Romeo y Julieta de Tchaikovsky  cayó en enjambres sobre la voz y se alejó (…)”. El profesional camina como si lo hiciera por “una colmena de oficinas”. La música funcional se personifica y toma actitudes propiamente humanas, “rechazan”, “golpean”, etc.  Este tratamiento de las cosas o de lo no humano llega a un punto de desarrollo tal que es la lapicera la que “cantaba” y no quien la empuña.
A todo esto, “la voz del cielo raso” anuncia la presencia de nuestro personaje protagónico: el prisionero, nuestro asesino. He aquí el centro del relato, la entrevista. Estos personajes se presentarán funcionalmente como antagónicos. Es ahora Brock quien nos narrará su historia, el porqué de su reclusión. El psiquiatra hará esporádicas intervenciones y hasta una sugerencia. La enumeración de los “crímenes” contra las cosas en la voz de Brock irá en una gradación ascendente: desde el teléfono hasta la sagrada televisión hogareña. Si uno atiende al resumen del cuento, parece que uno debería compartir la opinión del psiquiatra, quien considera como “desorientado” a su paciente, pero, en el relato de Brock se desliza su argumento, la  justificación de sus actos. Este personaje se ensaña con las cosas como expresión de rebeldía que, incluso, llega a considerarlo como el comienzo de una revolución.
¿Qué es lo que quiere “romper” Brock? ¿Contra qué se enfrenta? Al parecer contra las máquinas que han avasallado la intimidad de los seres humanos, las mismas que han modificado para peor a las relaciones sociales. Máquinas de ruido, de interferencia en realidad, las mismas que amplifican música en cualquier lugar, a cualquier hora y que, mediante la saturación y la imposición de temas nunca selectos por los escuchas sino que impuestos desde otro lugar, asfixian, “sepultan” a sus oyentes, lo que hace que se compare su ausencia con la libertad en un juego de oposiciones entre el ruido y el silencio. La ausencia de sonido es para Brock simplemente hermoso. La música no es aquí una expresión artística plenamente humana, gratificante y conmovedora,  sino que es parte de la opresión general.   La connotación habitual de estos elementos se pone en oposición, se pone a distancia y se resignifican. Es claro el juego al observar las hiperbólicas descripciones de “la vida moderna” que el mismo personaje describe.
Esa sería una primera lectura del texto. Pero Bradbury, como ha sugerido parte de la crítica, deja poco lugar a la plurisignificación y se encarga de dejar las cosas bien en claro. Es el mismo Brock quien se desliga de esa primera interpretación de sus actos, no ataca a las máquinas con el ánimo romántico del regreso a lo natural y a lo sencillo sino que hasta considera que las hay muy útiles, como el  sumidero mecánico de la cocina. La cuestión no es la tecnología en sí, sino su uso.  En su relato se expresa la justificación de tanta interferencia en términos del hombre moderno, lo conveniente, el estar en contacto, o el desarrollo de las comunicaciones. La visión es negativa desde la focalización del narrador en el personaje de Brock, personaje que no deja de echarnos un guiño al propio autor (su expresión es poética y ante la apreciación de esto por parte de su interlocutor contesta con un “gracias, siempre quise ser escritor”), que analiza las relaciones sociales influidas por la tecnología. El tema es que no son sólo influidas por lo tecnológico sino que manipuladas.
La sociedad descrita no es una sociedad comunicada sino una sociedad controlada. Lo dice el personaje literalmente: “¿Por qué no iniciar una revolución solitaria, liberando al hombre de ciertas ‘conveniencias’?” Se desarrolla la ironía del personaje que ataca las concepciones positivistas del desarrollo de una humanidad signada por la era de las máquinas y del confort. Se subrayan todos los términos de la discusión y se especifican en su real significado, en su significado escondido. Lo “conveniente” no lo es para los usuarios, el “contacto” es “estrujamiento”, violencia, “aporreo”, etc.
Se da el juego dialéctico entre el paciente-recluso y el psiquiatra, por un lado el ‘vanguardista revolucionario’, por otro,  el funcionario, que actúa como un partenaier, guiando el desarrollo del relato y que ante la descripción de los eventos interpone  su posición: “¿por qué no tomar una medida más racional dentro los límites de lo democrático?" Aquí el texto toca otro de los leitmotiv bradburyanos  : la democracia. Es Brock parte de una minoría. El sistema democrático se construye tomando en cuenta a las minorías, aplastar el pensamiento de las mismas no parece ser muy democrático, justamente. En ese sentido, la democracia puede ser un régimen que esconda totalitarismo si se deja en malas manos, si se delega en su totalidad. Tal vez, de forma metafórica, la violencia se impone sobre las minorías. ¿Cuál sería la alternativa para Bradbury? No queda claro, en este punto no se dice más nada pero, aparece como evidente, que lo que falta de reflexión y  de crítica es lo que llevó a esta sociedad imaginaria a ese punto de fragmentación y deshumanización. Al parecer no existe posibilidad de alternativa en la sugerencia del psiquiatra en un momento de su diálogo ante lo que resume Brock:

           “(…) Todos amaban las radios  y los anuncios. Yo estaba fuera de   lugar
-Entonces tenía que haberse conducido como un buen soldado, ¿no le   
            parece? La mayoría manda.”

Para Brock, el entorno, y su vida en sí, se tornó insoportable. Incluso afirma que “asesinar” a la casa robótica es “semánticamente correcto”, evidenciando la adjudicación de vida a las cosas desde su visión particular, la misma coincide con la del narrador. Es apreciable gracias a la adjetivación y el uso de imágenes que el punto de focalización del relato se da desde la  perspectiva del personaje de Brock.
Termina la entrevista, ingresamos al desenlace del relato. Ahora el foco se  posa sobre el psiquiatra que retoma el movimiento atravesando oficinas y corredores. La descripción es como un déjà vu del comienzo. Se repite la enumeración, la saturación sonora, el clima asfixiante. La única diferencia destacable con respecto al planteo de la historia se da en la descripción de la pulsera radiocomunicadora destrozada por el paciente y que, ahora, el funcionario observa “como una mantis religiosa muerta”. Si quedaban dudas, el narrador explicita, mediante esta comparación, su punto de vista: los artefactos son mucho más que personificaciones, tratamiento estilístico que genera un evidente contraste con la situación de los personajes humanos en la narración, aquí se va un paso más allá aún, no sólo parecen poseer vida  (la que no tienen realmente los humanos- cosificados, fragmentados, alienados- del relato)  sino que para ellos son símbolos que ocupan el lugar de lo religioso; son mucho más que “facilitadores” o “convenientes artefactos”. Y desde la focalización del narrador  se opone lo racional a lo religioso en esta imagen, la pérdida de un artefacto. La razón no puede cuestionar a la fe, no en su esfera ya que pertenecen a campos de conocimiento totalmente diferentes. Aquí, la sociedad de “El Asesino” no tiene la capacidad de criticar, ni la de transformar un universo político alienante y enajénante, porque la razón de este sistema es como un dogma religioso.
Última irrupción del estilo directo y es esa voz que pide resultados, “diagnósticos”. Aquel psiquiatra, “iluminado por aquella sonrisa”, de su paciente no guarda nada de aquella luz que lo haga reflexionar acerca de los dichos de Brock, más allá del caso clínico puntual que representa. Su diagnóstico muestra que no ha aprendido nada  del relato de su paciente, mas parece no haberlo escuchado en sí. Ahora, se coloca un duplicado de su radio pulsera y se interna en su monótona y repetitiva tarde. Las “voces del cielo” siguen ‘hablando’, él, “mueve las manos” en el transcurrir de esa tarde de encierro y de “aire acondicionado”.
El final casi hipnótico –efecto generado en la última oración del texto mediante la reiteración- enlaza, en ese desleírse final de “teléfono, radio pulsera, intercomunicador, teléfono (…)”, con el comienzo del relato, dando la impresión de un final cíclico. No hay un final abierto como tal; no hay apertura posible a diferentes interpretaciones de este desenlace, si se quiere, y con respecto a la historia, pesimista. Lo circular nos remite al encierro, al control y a la alienación que ilustra el relato. Nada ha cambiado en el universo imaginario proyectado en este cuento.
El relato funciona como una voz de alarma, como un llamado de atención -como buena parte de la literatura de C.F., y de Bradbury, en particular- al lector quien, a medida que transcurren los años, se puede identificar de forma cada vez más realista con lo narrado, con la posibilidad terrible de una sociedad similar a la de “El Asesino”. La pregunta abierta, pasado ya más de medio siglo de la publicación del texto, al respecto de la reflexión promovida desde la ficción, podría ser esta: ¿No será demasiado tarde?  ©  

Notas:
(Todas las citas en castellano del texto fueron extraídas de la edición de Las
doradas manzanas del sol, ed. Minotauro, 2002.)
(1) “The golden apples of de sun”, verso final de The Son of Wandering Aengus
poema de W.B. Yeats.
(2) Según la RAE, asesinar: Matar a alguien con premeditación, alevosía, etc.